Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Filipenses 2:3-4 LBLA
Queridos amigos, la reflexión de hoy nos debería llegar al corazón.
El Padre celestial a través del apóstol Pablo nos instruye, que nada hagamos como consecuencia de lo que otros nos hacen, ya sea hiriendo nuestros sentimientos, nuestro ego o nuestra forma de pensar.
Pone en escenario nuestra tendencia de querer reaccionar defendiéndonos, porque finalmente tenemos la razón…
La enseñanza apunta a que nuestra reacción sea más bien humilde, sin pensar que los otros son menos que nosotros, más aún, pensando que en realidad son superiores.
Acá se puede ver una vez más el mensaje de Jesús de «morir uno para que el otro viva». Se trata de la muerte del ego y de la alta autoestima.
¿Cómo se explica esta demanda tan contraría a lo que hoy se enseña en el mundo?
Son dos aspectos, el creyente, por la obra del Espíritu Santo en su vida, tiene convencimiento de pecado y conoce su pecado de manera pormenorizada, por tanto, sabe exactamente de lo que es culpable y cuán culpable es.
Sería muy deshonesto ante los ojos de Dios que este creyente tenga la osadía de presumir que es mejor que su prójimo.
Por otro lado, se encuentra Dios y Su poder en la vida del creyente.
El convertido tiene a Dios en su vida reconociendo a Jesús como su Señor y anhelando servir a su Señor, pasando a una condición de siervo o esclavo.
El esclavo ya no vive para sí mismo, sino para su Señor, pero no para cualquier señor, sino para el dueño del universo, un Señor de amor, bondad, misericordia, justicia, etc., que promete cuidar delicadamente de sus siervos.
Con este Señor participando de mi vida sé que soy vencedor, no por mi habilidad, sino por su poder. ¿Necesitaré entonces de alta autoestima? Padre santo y bendito bendice nuestras vidas con tu gracia. Amen