He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá. Ezequiel 18:4 RVR1960
Queridos amigos, diría que por estas latitudes son pocos los que refutan el hecho de que Dios es el creador de todas las cosas, pero ya no estoy tan seguro en mi afirmación cuando digo que los mismos aceptan que sus almas le pertenecen a Él.
Mi inseguridad se sustenta en la firme creencia de muchos de que son los dueños de su propio cuerpo y que pueden hacer lo que se les plazca con él. A partir de este punto nos adentraremos un poco en algunos aspectos filosóficos del mundo.
Se suscita la pregunta de quién es el cuerpo, de la persona o del estado en que vive. Si el estado ejerce dominio sobre el cuerpo de los mortales, porque tiene el derecho de impedir que el ciudadano individual se ponga en peligro a sí mismo, se estaría apropiando de al menos una parte de los derechos del propietario del cuerpo.
Esto vemos en las leyes antidrogas y antitabaco, en esfuerzos de otrora por combatir el consumo de alcohol, en penalizar el suicidio, en no autorizar la eutanasia (suicidio asistido médicamente), en las determinaciones de no utilización de ciertos productos naturales, alimentos, medicamentos, etc.
Los puristas defensores de las libertades del hombre se cuestionan ¿qué derechos puedo tener?, si no tengo el derecho legal de controlar mi propio cuerpo. Su postura les lleva a pensar que no son muy diferentes de un esclavo, porque quisieran poder disponer de su cuerpo como les plazca.
De alguna manera tienen razón desde la perspectiva del mundo. Esgrimen, por ejemplo, el argumento de que las autoridades sanitarias de un determinado país se tardaron tanto en autorizar la venta de ciertos productos farmacéuticos, que muchas personas tuvieron que morir por dicho retraso.
La conclusión, un tanto simplista, es que muchos que desean vivir están obligados a sufrir y morir, y quienes desean morir están forzados a seguir sufriendo en agonía porque no pueden poner fin a su trágica existencia. Afirman que el fin de la libertad se da a partir de que el estado tiene derechos sobre tu cuerpo. En resumen creen firmemente en que son los únicos dueños de su cuerpo.
Todas las discusiones y argumentaciones no serían necesarias si el hombre tuviera en su ecuación a Dios. Él es el creador de todas las cosas, materiales e inmateriales, por tanto, todas las cosas le pertenecen a Él, porque además no pidió prestado ningún insumo para su creación.
Los cuerpos y las almas le pertenecen y es en ese sentido que no somos dueños ni de nuestras almas ni de nuestros cuerpos. Por lo tanto tenemos responsabilidad ante Dios por su uso y abuso, siendo nuestra obligación ante la autoridad divina su adecuada utilización.
Los preceptos, estatutos y mandamientos de Dios son claros en cómo debemos vivir, lo cual conduce a cómo debemos cuidar el cuerpo y el alma, por lo tanto, no haría falta la intervención del estado o de cualquier otra posible autoridad para llevar adelante una buena vida digna de Dios.
Lamentablemente el hombre natural no tiene una intención genuina de seguir lo que Dios manda, pues su naturaleza caída se lo impide. Incluso si su vida exterior se percibe como intachable, en su interior bullen las transgresiones contra los mandatos de su Creador.
La consecuencia es que toda alma que pecare morirá. Como nadie se salva de pecar, todos están destinados a perecer en la eternidad en el destino que Dios ha determinado para aquellos que serán juzgados por sus propias transgresiones en juicio justo y santo. La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23).
Dios en su infinita misericordia nos invita a seguir a Jesucristo, pues Él representa la solución a los pecados del hombre.
Les deseo un día muy bendecido.
P.D. Los hijos no deben pagar por lo pecados de los padres, cada uno es responsable de lo suyo.