La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto. Salmos 25:14 RVR1960
Queridos amigos, el hecho de desconfiar de sí mismo lleva a diferentes interpretaciones. La más común es la falta de autoestima y autoconfianza, algunos hablan del enemigo interior.
El mundo se esfuerza de diferentes maneras para conseguir personas seguras de sí mismas. Esto sucede desde el entorno familiar, hasta el empresarial, pasando por ambientes de educación, principalmente los colegios.
Si alguien manifiesta inseguridad de inmediato salen las iniciativas de ayuda o los comentarios de crítica. Como sea, desconfiar de sí mismo, quizás sea una de las peores cosas que le puede pasar a un individuo dentro de esta sociedad competitiva.
Para la subsistencia “sana” en este mundo poseer alta autoestima y autoconfianza es valioso, si no indispensable. Caso contrario el mundo te pisoteará.
Bajo lo expuesto suena muy extraño que alguien prefiera desconfiar de sí mismo, de sus propios criterios y razonamientos. Dicho comportamiento no da lugar al orgullo, que la sociedad impulsa a tener para sustentar una alta autoestima.
Para pensar de esta manera se necesita de humildad y del entendimiento suficiente para comprender, que no todo lo que se le pasa al hombre por la cabeza es razonable, sabio, inteligente y bueno, aunque muchos estén convencidos de lo contrario.
La humildad no es una condición propia del hombre natural, aunque en algunos se observa mayor humildad que en otros. La verdadera humildad está relacionada con el término humillación, y está ligada al reconocimiento de las propias bajezas y limitaciones; es el sentido de sumisión que se tiene al reconocer que no se es tan grande como el mundo quiere que crea que se es, porque hay alguien mucho más grande.
El hombre espiritual es un pecador arrepentido y convertido, además sabe que nada merece, en cambio el hombre natural piensa ser merecedor de todo o casi todo. El uno confía en su Dios, el otro mayormente en sí mismo.
Para conseguir confiar totalmente en Jesucristo es necesario entender su obra y señorío con un corazón humilde y sumiso, a partir de lo cual se desarrolla un anhelo de vivir por las cosas de Dios y una reverencia altísima por su deidad. Hacer su voluntad se convierte en un deseo implantado en el corazón y se afirma el profundo anhelo de ser enseñado por Dios para seguir su perfecta dirección divina. En Proverbios 8:13 leemos que el temor de Jehová es aborrecer el mal, el orgullo, la arrogancia, la corrupción y el lenguaje perverso, es decir odiar lo que Dios aborrece.
Así se define al temeroso de Dios, quien como consecuencia desarrolla una comunión íntima con Él. Conocer a Jesucristo de manera verdadera es conocer el pacto con el Padre celestial para hallar el reposo del alma en el Salvador.
Deseo que el temor de Dios llene sus corazones y que vean la humildad, humillación y sometimiento a Dios como lo mejor que le puede pasar al hombre natural.
“Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría.” Proverbios 11:2