No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. Deuteronomio 16:19 RVR1960
Queridos amigos, los principios establecidos por Dios, también conocidos como principios cristianos, están diseñados para hacer el bien, pues buscan el bienestar de todos, sin hacer ningún mal a nadie.
Seguir la justicia es perseguir los preceptos para hacer el bien. Si todos siguiéramos la justicia el mundo sería muy diferente, reinaría la tan anhelada paz, las personas estarían todas contentas y tranquilas, porque no habría engaño, mentira, falsedad, envidia, etc.
Sabemos que, gracias a la presencia del pecado, un mundo feliz donde la justicia impera es una entelequia. El pecado está firmemente arraigado en las mentes y corazones de las personas, no hay ni uno solo que no sea un esclavo del pecado, pues esa es la condición de la humanidad en su conjunto desde que Adán le heredó la condición pecadora, gracias a su transgresión flagrante de incumplir una orden expresa de su Creador.
Si no tuviéramos la condición de pecadores, tampoco habría la necesidad de autoridades que regulen la justicia. Durante el éxodo Moises fue el gran juez de Israel, gracias a la sugerencia de su suegro Jetro, se nombraron más jueces, pues la necesidad de justicia era tal, que Moises sólo no tenía la capacidad de cubrirla.
Los jueces israelitas debían actuar en justicia, no según los parámetros de los hombres, porque estaban juzgando en el lugar de Jehová. Por lo tanto, la exigencia y responsabilidad puesta sobre ellos era muy alta. Ellos sabían que cada ciudadano (israelita) debía ser tratado con igualdad ante la ley, porque la responsabilidad de cada uno ante Jehová es también igual, sin importar la clase social o la posición económica.
No debían torcer el derecho, es decir que el sentido de equidad debía ser el mismo con todos. Para un juez no era válido el dicho “la mayoría manda”, pues no debía seguir a los muchos para hacer mal, ni debía inclinarse a los deseos de la mayoría para realizar algún agravio (Éxodo 23:2-3).
Tampoco debían tratar al pobre, al huérfano o a la viuda como si fueran menos, inclinándose a favor del más rico, es decir realizar acepción de personas. Todos deben recibir un trato igualitario ante la ley. Los de clase social humilde deben recibir el mismo trato que los de clase social alta.
Tampoco debían aceptar ningún tipo de soborno, porque el soborno ciega a los que ven y pervierte la sana administración de justicia (Éxodo 23:8). El soborno conduce a que el juez genere cohecho, justificando al transgresor y quitando el derecho al menos fuerte o poderoso (Isaías 5:23).
Las exigencias de aquellos tiempos son muy válidas y aplicables a nuestros tiempos, donde el abuso en la administración de justicia, al igual que en el Israel de la antigüedad, es un problema muy serio, pues los jueces suelen ser negligentes para beneficio propio y provecho de otros.
Dios es justo y recto. Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él (Deuteronomio 32:4). Ante un Dios de estas características no se puede actuar con menor exigencia; por ello Dios demanda justicia a su pueblo.
La manera de satisfacer las exigencias de Dios en la tierra es siendo obediente a sus mandatos. Él bendecía a su pueblo escogido cuando cumplían sus leyes. Los hijos de Dios son su pueblo escogido y los bendice cuando actúan con obediencia.
La injusticia social se inicia por el incumplimiento a las leyes de Dios. No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al rico; con justicia juzgarás a tu prójimo (Levítico 19:15).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.