¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, Y me enardezco contra tus enemigos? Salmos 139:21 RVR1960
Queridos amigos, una de las evidencias de ser verdadero convertido es el celo por Dios que demuestra el nacido de nuevo.
El rey David era un hombre muy celoso de Dios y lo demostraba de manera constante. Contrariamente al pensamiento del hombre natural él no buscaba gloria para sí mismo, sino que invocaba a Dios para que diese gloria a su propio nombre, porque de Él viene todo lo bueno como su misericordia y su verdad (Salmos 115:1).
El odio que manifiesta David en este pasaje es odio verdadero por sus enemigos, el cual provenía de su gran celo por Dios. El corazón de todo creyente genuino se enardece y se siente muy herido cuando impíos se refieren de manera inadecuada de Dios, especialmente cuando son irreverentes. Recordemos que debemos ser pacientes y tener dominio propio, que son frutos del Espíritu.
El celo por Dios nos lleva a aborrecer las cosas que Él aborrece, sin embargo es muy prudente dejar el juicio en las manos del Todopoderoso. Si nuestro odio se ve reflejado en un deseo por la justicia de Dios y no por venganza personal, estamos yendo por el camino correcto.
Sin embargo, es imprescindible tener presentes las palabras de nuestro Señor Jesucristo escritas en el Nuevo Testamento, que decía que debemos amar a nuestro prójimo, incluido nuestro enemigo. Entonces el odio no puede ir acompañado de deseos de venganza o de mal, pues amar al enemigo es no desearle el mal.
Se puede parafrasear el pensamiento de David como sigue: “¿No debería yo odiar a Tus enemigos mi Señor?” Y la respuesta sería: “Sí, por supuesto que deberías odiarlos, tú vives para Mi gloria, pero es preferible que demuestres misericordia por ellos y no les desees el mal, la justicia, que tú anhelas, la haré Yo”.
Un corazón de carne es sensible y tierno, siempre busca hacer el bien, incluso cuando en ciertos casos piensa que es urgente que Dios haga justicia. Oremos para que los enemigos de Dios puedan ser bendecidos con la gracia infinita antes que el Señor Jesucristo retorne en su segunda venida.
Por supuesto que no deseamos intimar con los que odian a Dios y mejor si nos mantenemos alejados de ellos, no obstante debemos elevar oraciones pidiendo por su salvación. Los que tememos al Señor debemos odiar y llorar nuestros pecados y los de los otros.
Les deseo un día muy bendecido.